Cada vez que se aproxima un 21
de febrero y caminamos por las calles de San Juan y Martínez, municipio de
Pinar del Río, sentimos en nuestros pies
las calientes cenizas que revoletearon a la luz del alba en igual fecha pero de
1896.
Si prestamos atención, podemos
escuchar el llanto del niño que demoró con su nacimiento el inicio de las
llamas en aquella sublime madrugada que fue recogida por la historia como el
día de la dignidad sanjuanera.
También los más sensibles percibimos en nuestras almas el estremecimiento de
nuestros antepasados que abandonaban el poblado cargado sobre sus cabezas las
pocas pertenencias para sobrevivir en la manigua.
Por estos días miramos a nuestro
entorno y vemos el fuego subir por las paredes convirtiendo cada casa en una
antorcha, menos La Torre
de la Iglesia,
que a pesar de las llamas, continuó
replicando sus campanas hasta nuestros días llamando una y otra vez al combate.
Con toda esa gloria debemos mirarnos
limpiamente a los ojos porque dentro de aquellos hombres y mujeres, estuvieron
nuestros abuelos, el tío recién llegado de España, el vigoroso negro que
también quemó al Ingenio Guacamaya, al asiático perdido en Vueltabajo en busca
de fortuna, de todos ellos proviene la sangre que corre por nuestras sangres.
Abracémonos este 21 de febrero,
unamos nuestros corazones en virtud de esa historia que corre por nuestras
venas, en resumidas cuentas, El Día de la Dignidad Sanjuanera,
nos corresponde a todos.
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